Pedagogías humanas (1)

Gaza está en llamas. Una vez más, un genocidio tomando forma a vista y paciencia del mundo entero.

Ucrania se consume en la guerra.

Los pueblos indígenas del Perú son criminalizados, reprimidos, asesinados por un gobierno autoritario.

Los defensores de la democracia son encarcelados, torturados, asesinados por la dictadura en Nicaragua.

Estos hechos devastadores deberían afectar a cada persona del planeta, paralizarnos, indignarnos, pero el mundo sigue su curso. 

Sin embargo, no somos inmunes al dolor y nos duele. 


Como educadora veo dos trayectorias camino a colisionar: el liberalismo apropiándose de la educación desde su lógica mercantilista y la educación adoptando la defensa de lo humano. Presumo una evidente reacción de una con la otra.


Las pedagogías que se centran en las y los estudiantes como seres humanos, y no como clientes, no son nuevas. Sin embargo, es hace poco que más instituciones de educación universitaria toman partido por alguna de ellas, al mismo tiempo que introducen las políticas de educar para el mercado de trabajo, de medir y probar con números, con hechos, que aquello que se enseña sirve para algo. Aunque el personal administrativo lo propongan como una estrategia lógica, para mí es evidente la contradicción y el antagonismo de estas dos posturas. A pesar de ello, es en ellas que se invierte larguísimas jornadas de trabajo.


Algunos de los representantes de las pedagogías que buscan humanizar la educación son Paulo Freire (Pedagogía del oprimido) y Laura Rendón (Sentipensante). Cinco años atrás participé en un club del libro sobre la obra de Freire, cuando ya se sentía el peso de lo cuantitativo sobre las vidas y los destinos de los y las estudiantes de humanidades, ahí donde, para ciertas mentes ignorantes, siempre queda la duda de su necesidad y relevancia. Freire deja claro que el mundo de la educación es un espacio del poder hegemónico occidental, un espacio colonial donde se perpetúan las diferencias de clase, raza y género. Es por ello que él propone un sistema que no imponga un conocimiento ajeno en los individuos que llegan a sus aulas, sino entender primero lo que cada uno de esos individuos trae al aula para sobre esa experiencia, realidad, inquietud, construir colectivamente saberes que les ayuden o al menos les den herramientas para continuar y salir adelante. Esta pedagogía supone darle el poder al alumnado y validar su saber, como punto de partida. En esa modalidad, el profesorado no llega con un sílabo bien estructurado, sino con una página en blanco, lista a ser llenada con las necesidades que los alumnos traigan y presta a utilizar o buscar las herramientas que mejor se ajusten para esos fines.


Laura Rendón propone acercarse al alumnado como a seres humanos que vienen de un contexto específico y que atraviesan por una realidad que no puede ignorarse. Es así que lo primero es conocerlos, entender sus circunstancias y ayudarlos a sortearlas para garantizar su aprendizaje. El aprendizaje no es un valor superior a la persona, sino una herramienta que se amolda, se adapta y se crea en relación con el y la estudiante. De este modo, el conocimiento se gesta cuando sus emociones y su pensamiento están alineados hacia un mismo fin. 


Las pedagogías de Freire y Rendón entran en el universo de las pedagogías inclusivas, en la mentalidad de la equidad y la búsqueda por la diversidad. Muchas universidades de Estados Unidos buscan formas concretas de implementar la equidad, inclusión y diversidad en sus aulas, para ello contratan a un representante que asegure esa transversalización. A su vez, se solicita que cada profesor y profesora adopte estrategias de inclusión en su filosofía de enseñanza y en su día a día en el aula. Ah, claro, pero también quieren pruebas de lo que se hace y de que funciona. 


Hay que considerar que las transformaciones, como todo proceso humano, tardan, no son comidas pre cocidas o instantáneas, sino un guiso que se cocina lentamente y que incluso, necesita enfriarse para que los sabores y las texturas se mezclen y puedan sentirse, olerse, saborearse, aunque no sean visibles a los ojos de nadie.


Este año tengo la suerte de ser una de aquellas personas que debe ocuparse de la diversidad, equidad e inclusión en la universidad donde trabajo. Ello me permite, más que nada, tiempo para aprender y voz para sugerir cambios, intentar iniciativas nuevas y dialogar con diferentes actores en el ámbito de la educación. 


Creo que es importante partir de diferenciar claramente a qué nos referimos cuando hablamos de diversidad, equidad e inclusión. 


La inclusión busca medidas concretas en el presente para servir a los y las estudiantes que llegan en desventaja, debido a una experiencia escolar deficiente, debido a su carga familiar, a la necesidad de maniobrar educación y trabajo, o a otros factores que deben conocerse porque son el punto de partida que impactará su aprendizaje. Así que uno de los ejes medulares de la inclusión es entender al alumnado desde su realidad, su contexto y su necesidad. Esto no involucra solamente al profesorado sino a las diferentes instancias de la universidad, personal administrativo, la planilla de asesores, consejeros, etc. 


La equidad mira el problema desde un punto de vista histórico, por tanto comprende y explica el pasado, las raíces coloniales, que han creado un legado de discriminación y opresión sobre ciertos grupos y ciertos cuerpos. Aquí es donde las humanidades tienen un rol primordial, al ser las que usualmente difunden esos conocimientos, esa memoria y esos discursos no hegemónicos. La equidad también mira al futuro y busca alternativas para desmantelar el sistema colonial, para que precisamente esos mismos grupos marginalizados, discriminados, puedan sortear los obstáculos que enfrentarán en el ámbito laboral, en el político, en el económico, en su desarrollo profesional y laboral.


La diversidad busca principalmente desbaratar el mito de que Estados Unidos (o Perú) es una cultura homogénea, para ello visibiliza los aportes de los latinos, los indígenas, los afrodescendientes y todas las comunidades participantes en la historia de este país. Reconocer su contribución al presente, no solo como mano de obra sino como pensadores, constructores de saberes y líderes sociales implica crear un sentido de comunidad y evitar una visión sesgada, parcial e incompleta de la nación. 


Pero, no se olviden de traer pruebas fehacientes, de demostrar y cuantificar que ser inclusivo, apostar por la equidad y la diversidad, es rentable. Este es el principal límite y obstáculo para que las iniciativas de desmantelar un sistema opresor funcionen. Quieren pruebas de que respiramos, quitándonos el oxígeno y ahogándonos. 


La búsqueda por equidad, inclusión y diversidad también contribuye a desbaratar otros dos mitos de la educación hegemónica, el de la individualidad y la superioridad (divina). Al ocuparse del alumnado, al acercarse a ellos no como enemigos sino desde una aproximación humana, se abandona la parcela del egoísmo individual por una comprensión de la colectividad y por la apuesta de velar por nuestro entorno (seres, naturaleza, armonía). Al comprender la multiplicidad de saberes y de aportes que diferentes culturas han contribuido a la sociedad, se hace visible que no existe nada superior en unos o inferior en otros, sino que todo logro humano es resultado de un esfuerzo conjunto. ¿Pero cómo encaja en estos esfuerzos la suma y resta de los ingresos y egresos de instituciones basadas en las matrículas para subsistir? Este es un tema del que América Latina puede claramente dar cuenta, con cientos de universidades que cambian títulos por dinero y se olvidan de su misión principal: educar. Esa es la trayectoria de coalición que vislumbro en las fuerzas en lucha en el presente de Estados Unidos.

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