El capital simbólico de la izquierda

Decir que todos los políticos son iguales es la expresión de una gran frustración respecto de quienes nos representan, pero es también un comentario inadecuado que no describe fehacientemente la situación. Hay que recordar que para los analfabetos todos los libros son iguales, caracteres negros sobre páginas en blanco. Valga la analogía para adentrarnos un poco más en las diferencias.


Las tendencias políticas se suelen reducir y simplificar en derecha e izquierda, aunque esas categorías ya han perdido sentido. En algunos países como Estados Unidos se refieren a republicanos y demócratas, sin tomar en cuenta que las plataformas políticas de ambos partidos apuestan por un modelo neoliberal, con algunos diferentes acentos. Unos buscan incrementar los derechos básicos de la población como la salud, la educación y un trabajo bien remunerado, frente a los otros que más bien apuestan por la supresión de dichos servicios entendidos no como derechos sino como dádivas o beneficios que el estado no está dispuesto a otorgar. Sin embargo, dado que el modelo no es cuestionado, ni revisado, lo que pueden lograr los demócratas es limitado o incluso imposible puesto que esos derechos básicos van en contra del modelo neoliberal que tiene como principios la supremacía del mercado, la crítica a la intervención pública y la utilización del análisis coste-beneficio. De ahí que para una gran parte de la población, el modelo republicano, así de brutal como es, tiene más coherencia porque es viable (favorecer a unos pocos sacrificando a unos muchos), frente a la propuesta demócrata que se contradice en sí misma si no va acompañada de un giro económico radical y que muchas veces termina cumpliendo lo que los republicanos buscaban, al evitar tener a la sociedad en contra, una sociedad que al no ver alternativas prefiere mirar para otro lado. 


En ese espectro todas las propuestas que llegan a las plataformas electorales son lamentablemente de derecha, se pongan la careta que se pongan. La única diferencia que todavía liga tenuemente a algunos candidatos con la izquierda es lo que llamo su capital simbólico, aquel que las luchas de los trabajadores, el pueblo organizado, los líderes populares nos han heredado y por las que todavía seguimos luchando, aunque quienes enarbolen la bandera queden chicos ante semejante tarea. En ese vínculo con las grandes figuras políticas del pasado es que persiste lo que José Carlos Agüero denomina una gramática de la decencia, aquella que en palabras simples significa nada más que la concordancia entre lenguaje y verdad. Los otros, los diferentes actores de la DBA son abiertamente cínicos y mienten a boca de jarro porque al no tener el compromiso de ligar lenguaje y verdad, pueden decir lo que quieran. Un pequeño ejemplo Javier Milei en campaña proclamando la libertad y una vez en el poder restringiendo la ropa que usa la población. Otro ejemplo más local, López Aliaga proclamando en campaña que convertirá a Lima en potencia mundial y en su rol de alcalde desconociendo juicios internacionales y provocando una disminución del ranking de credibilidad para la inversión en el Perú. Entre ambos personajes los ejemplos abundan. 


La gramática de la decencia no solo es inaplicable en ellos cuando dicen mentiras sino incluso cuando dicen lo que realmente piensan porque sus verdades son ahistóricas, inmorales y en esencia falsas. Por ejemplo, Donald Trump afirmando que el problema del país son los inmigrantes, desconociendo las prácticas neoliberales y coloniales que han destruido las sociedades donde viven los migrantes y ocultando o dejando de mencionar la intervención política y económica que ejerce el capital norteamericano y la política exterior estadounidense en los países latinoamericanos, especialmente en aquellos en los que en su “lucha contra el comunismo” instala una dictadura capitalista que incrementa la brecha entre los pobres y los ricos, acentuando el racismo. Otro ejemplo es cuando Dina Boluarte rechaza a un sector de la población indígena, rural y andina afirmando que “no son el Perú”, clasificando a la población en primera y segunda clase, esta última, prescindible.


Lo que diferencia a unos políticos de otros en nuestro presente son los remanentes de decencia que les quedan. Aquellos que aún la tienen son quienes retienen el capital simbólico de una izquierda que ya no existe. En el otro lado, la derecha más extrema está en sintonía con los autoritarismos y las ideologías de exterminio que nunca han tenido decencia.


De parte de las plataformas de izquierda, se ha utilizado las reinvindicaciones de las minorías históricamente oprimidas, como los afroamericanos en el caso de Barak Obama (2009-2017) o los indígenas en el de Evo Morales (2006-2019), para poner en práctica medidas que acentúan las mismas diferencias coloniales que se quiere reparar. El primer presidente afroamericano ha cometido el mayor número de deportaciones de inmigrantes y ha estado en guerra permanente con los países opositores al modelo capitalista. El primer presidente indígena ha dado carta blanca a la explotación de los recursos naturales y quienes lo apoyaron no lo cuestionaron, al menos al inicio, debido a que se ponía en juego ese valor simbólico indígena, pero a la larga sus políticas han perjudicado más porque si las hubiera emprendido un gobierno de derecha hubiera recibido inmediato rechazo de la población organizada. Como denuncia Silvia Rivera Cusicanqui, tendría cara y cuerpo indígena pero era un explotador más. Un lobo disfrazado de oveja. Lo mismo se podría decir de Barak Obama y su en apariencia empatía con los migrantes. Ambos todavía habitan la gramática de la decencia pero sus acciones se alinean con el neoliberalismo y, por tanto, no pueden llevar a último término sus apuestas de justicia social, defensa de la madre tierra e igualdad. 


Del otro lado tenemos a los payasos de la derecha, de entrada impresentables. Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei, Nayib Bukele, no pueden articular dos palabras coherentes, en una oración la mitad son insultos, lo demás expresiones racistas, misóginas, sexistas y claras mentiras. Se oponen a todos los avances en derechos humanos para todas las minorías, dicen a boca de jarro que matarán y que exterminarán, o directamente lo hacen sin responder por esos crímenes, gritan a todos los vientos su ignorancia en cada uno de los temas cruciales para el futuro del planeta. Simbólicamente son como el estiércol y el hecho que la gente vote por ellos no puede ser indicio más que de una tremenda estupidez o una patológica pulsión tanática. Que las posturas de la supremacía blanca colonial la defiendan los ricos privilegiados se puede entender porque son los directos beneficiados de esa política, pero que la defiendan los pobres racionalizados no tiene sentido, a menos que se ubiquen en el contexto del olvido y la descarada mentira, las dos condiciones necesarias para aceptar esas posturas como válidas.


Como dice Rita Segato, hemos vuelto al orden del señorío, porque los políticos se presentan como los gamonales omnipresentes y omnipotentes que solo pueden serlo por coaptar con dinero a todos los poderes. Lo que ello produce es que mundialmente las elecciones se hacen entre presentables e impresentables, representables y no representables. Lo de derecha e izquierda ya no tiene ningún sentido desde que ambos venden la naturaleza, limitan los derechos de los trabajadores y le dan carta blanca a los grandes monopolios. Unos todavía defienden la vida, la humanidad y la verdad, pero no pueden ir más allá de sus palabras. Por eso, hoy más que nunca se necesita una izquierda real, que beba de ese capital simbólico y proponga políticas y medidas económicas que representen una alternativa al sistema, que se desvíe radicalmente del modelo que está hundiendo al planeta y matando a todos los seres vivos que lo habitan. Esa alternativa solo puede venir de los grupos indígenas, si solo pudieran llegar al poder, porque son los únicos que han sabido cohabitar con la naturaleza, son los únicos que en sí mismos y en esencia, dadas sus prácticas culturales y ancestrales, se ubican fuera del sistema capitalista, y son los que pueden devolverle decencia, justicia y viabilidad a nuestro presente en aras de crear un futuro que hoy se nos escapa de las manos.

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