La verdad al desnudo
El sistema capitalista nunca ha sido tan transparente como hoy que deja ver su raíz colonialista y su todavía activa colonialidad. La ecuación del poder colonial que se basa en la explotación sistemática de la naturaleza, de las mujeres y de los marginalizados está a la orden del día. Sucede en la cúspide del poder imperial, Estados Unidos, pero también en los poderes locales menores como el Perú. El presidente Donald Trump ha abierto la puerta para que extensas zonas naturales puedan ser vendidas al mejor postor. El 16 de junio de este año, the Wilderness Society advierte que 250 millones de hectáreas de terrenos públicos están disponibles para su venta. En el Perú la minería ilegal ha encontrado el paraíso legal que le deja operar sin ninguna consecuencia bajo el Registro Integral de Formalización Minera (REINFO), una norma que debería ser provisional dado que su objetivo original era forzar a la formalización de las operaciones mineras para que éstas no solo cumplan con los requisitos ambientas sino también con los legales y tributarios. Sin embargo, la constante ampliación en la vigencia del Reinfo lleva a una perenne amnistía. Ello aunado a la Ley 31989 que impide la incautación de material explosivo o maquinaria usada en la minería ilegal, deja a las autoridades atadas de brazos ante las prácticas destructivas de estas empresas multimillonarias. Nuestra pobre pachamama llora.
La otra evidencia hoy clara es la utopía del libre mercado. Creían que el sistema se regulaba solo para beneficio de la población en general, pero lo que hace es hacer billonarios a quienes no pagan a sus trabajadores el mínimo vital, lo vemos en Walmart, lo vemos en Amazon. La codicia y la falta de solidaridad humana lleva a que los empresarios más ricos del mundo prefieran gastar millones en desarticular sindicatos, en vez de impulsarlos o respetar los derechos laborales. El sistema muestra así su inmoralidad, su decadencia y su función: hacer a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. La idea de que podrás salir adelante con tu esfuerzo es falsa, el sistema está hecho para que nunca salgas de ese lugar de subordinación. Por tanto, nuevamente un derecho ganado como el de las ocho horas laborales, los salarios mínimos y las condiciones más básicas de salud, ambiente y trato propicio para ejercer con dignidad y decencia, ya no se diga alegría, un trabajo vuelven a desaparecer de la mesa de negociación. La codicia ha reavivado el sueño del cuerpo robot que no necesita descanso y que puede trabajar veinticuatro horas sin parar y en esa dirección apuntan nuestro futuro. Mientras tanto las trabajadoras de los supermercados deben usar pañales para no ir al baño y junto a esta mirada objetivadora y denigrante de su cuerpo se abre también la posibilidad de la violencia sexual y otras violencias ante las que quedan vulnerables, hoy como ayer.
Quienes hoy protestan y rechazan las políticas de Donald Trump no se dan cuenta de que el sistema siempre fue así, pero ahora es imposible no verlo, porque si algo le debemos agradecer al actual presidente de los Estados Unidos es hacer visible lo que se había mantenido invisible para la gran mayoría. Celebro las masivas marchas en contra de el “rey”, de una entidad, un ente, que se cree por encima de las normas, de las leyes, de la decencia, de la naturaleza, del respeto a la vida, solo quiero aclararles que el sistema capitalista, el sistema imperialista nortemericano siempre ha descansado en la explotación sistemática de seres racializados y tierras ancestrales, que es un poder patriarcal y colonial. El sistema siempre ha descansado en la satanización y deshumanización del otro, llámese inmigrante, hispano, indígena, afroamericano, y muchos más. El sistema siempre ha sido intervencionista, asumiendo la democracia para sí mismos pero negándosela a todas las otras naciones “inmaduras”, “incapaces”, “subdesarroladas”, bajo el principio de Manifest Destiny.
En este cuarto de siglo, somos testigos de que la codicia personal de los ricos no tiene límites, su riqueza no ha sido cosechada para hacer un bien al mundo, por el contrario, ha sido el producto de la explotación indiscriminada de la naturaleza y de la mano de obra barata de aquellos racializados, empobrecidos, marginalizados. La utopía de un trabajador o trabajadora bien pagado, con sus servicios básicos cubiertos, la de un ciudadano que criará con amor a sus hijos, que aportará a la comunidad, que desarrollará sus potencialidades como ser humano, no está en el ideal de futuro de quienes están en el poder. El futuro que ven es un mundo sin trabajadores que mantener, reemplazados por robots que explotar a muy bajo costo. ¿De qué vivirá el resto de la humanidad no rica? No les importa. Los ricos sin escrúpulos y el sistema que los defiende limitan el crecimiento de nuestra especie humana y la hace inhumana, niega nuestra posibilidad de un futuro mejor. Es hora de entender que es el sistema el que no funciona, ese sistema que hoy se nos presenta frente a frente al desnudo.
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